Reducir la profesionalidad a la posesión de un diploma es un acto de elitismo académico que ignora la riqueza de la experiencia laboral.

En el imaginario colectivo, la palabra «profesional» suele asociarse exclusivamente a quienes poseen un título universitario. Sin embargo, esta visión restringida no solo es errónea, sino que también invisibiliza a millones de personas cuya formación, experiencia y habilidades los convierten en verdaderos profesionales en sus áreas de desempeño, aunque no hayan pasado por las aulas de una universidad.

La raíz del término y su evolución
El término «profesional» proviene del latín professio, que significa «declaración pública» o «compromiso con una actividad». En la antigua Roma, los professio eran aquellos que declaraban abiertamente su dedicación a un oficio o disciplina, independientemente de la formalidad de su aprendizaje. Con el tiempo, el concepto se fue vinculando a personas que ejercían un trabajo con pericia, responsabilidad y ética.

Esta definición histórica choca con la visión reduccionista que actualmente todavía se sigue utilizando por algunos organismos, personas, gobiernos, instituciones, etc., que solo considera profesional a quien ha cursado estudios universitarios. Este sesgo desvaloriza a artesanos, técnicos, idóneos, deportistas y muchos otros que, sin un diploma académico de altos estudios, dominan sus profesiones/oficios con un nivel de maestría envidiable.

El mito del título universitario como única validación
Si bien la educación universitaria es un camino válido y de alto valor para la profesionalización en muchas áreas, no es el único. La competencia profesional no depende exclusivamente de un título obtenido en una casa de altos estudios, sino también del conocimiento aplicado, la experiencia acumulada y la ética con la que se desempeña un individuo.

Ejemplos sobran: grandes chefs que nunca estudiaron gastronomía en la universidad, programadores autodidactas que han revolucionado la tecnología, músicos que alcanzaron el virtuosismo sin pisar un conservatorio y mecánicos cuya pericia supera la de muchos ingenieros.

Algunas figuras emblemáticas que ilustran este punto incluyen:

  • Steve Jobs: cofundador de Apple, abandonó la universidad y sin un título ni maestría revolucionó la industria tecnológica con su visión innovadora hasta nuestros días.
  • Henry Ford: sin estudios universitarios, transformó la industria automotriz con la producción en cadena.
  • Frank Lloyd Wright: uno de los famosos arquitectos más influyentes de la historia, autodidacta en su disciplina, que no poseía título, aunque le otorgaron un doctorado honorario de bellas artes finalizando sus ochenta años.
  • Gabrielle «Coco» Chanel: diseñadora de moda que cambió la industria sin haber recibido formación académica formal en diseño.
  • Julio Verne: escritor que, sin un título en ciencias, anticipó avances tecnológicos con una precisión asombrosa.
  • Amadeus Mozart: genio musical que nunca asistió a un conservatorio y aun así redefinió la música clásica.
  • Lionel Messi: futbolista que, sin estudios universitarios, es considerado uno de los mejores de la historia del futbol mundial.
  • Le Corbusier: cuyo nombre real era Charles-Édouard Jeanneret-Gris, no obtuvo un título universitario en arquitectura, el título de honor de uno de los padres de la Arquitectura contemporánea se lo otorgaron luego por su gran contribución a la Arquitectura moderna. Su formación se basó en aprendizajes prácticos y experiencias laborales. Comenzó su formación en la Escuela de Arte de La Chaux- de-Fonds, donde estudió grabado y cincelado. Posteriormente, trabajó en los estudios de destacados arquitectos como Auguste Perret en París, Josef Hoffmann en Viena y Peter Behrens en Berlín. Estas experiencias prácticas fueron fundamentales en su desarrollo profesional, permitiéndole adquirir conocimientos y habilidades que lo llevaron a convertirse en uno de los arquitectos más influyentes del siglo XX, a pesar de no haber cursado estudios universitarios formales en arquitectura.

Reducir la profesionalidad a la posesión de un diploma es un acto de elitismo académico que ignora la riqueza de la experiencia laboral y del aprendizaje práctico. Es una visión que también alimenta la discriminación laboral y la subvaloración de millones de personas con idoneidad altamente capacitadas.

Con todo ello, NO estamos animando al todo vale y diciendo que cualquiera puede hacer lo que sea, y auto denominarse profesional sin cumplir con los valores y requisitos antes mencionados, para nada estamos de acuerdo con el “intrusismo” que puede ser muy peligroso, de hecho, nos importa mucho la formación continua en todos los campos de las distintas familias profesionales, para que se sostenga que siempre es mejor un profesional para materializar las necesidades de la sociedad.

Profesionalidad: una cuestión de compromiso y excelencia
La verdadera esencia de ser profesional radica en la responsabilidad, el dominio de la profesión o del oficio y el compromiso con la calidad y la ética en el trabajo. Un profesional es aquel que no solo sabe hacer algo, sino que lo hace con dedicación, mejorando continuamente y respetando los principios éticos de su actividad.

Es hora de abandonar la mirada estrecha que subordina la profesionalidad a un título universitario y comenzar a valorar el conocimiento en todas sus formas. En un mundo donde la educación formal no siempre es accesible para todos y donde el conocimiento ya no está únicamente en las academias donde hay profesores facultativos que están desconectados de las nuevas formas y tecnologías de adquirir el conocimiento y la expertise profesional, reconocer el profesionalismo más allá del diploma es un acto de honestidad, justicia y equidad.

Porque, al final de cuentas, no es el cartón lo que define al profesional, sino su capacidad, su integridad y su compromiso con la excelencia.

Conclusión: Hacia una visión más justa del profesionalismo
La noción de que solo quienes poseen un título universitario pueden ser considerados «profesionales» es una idea obsoleta y limitada. A lo largo de la historia, innumerables personas han demostrado que la excelencia en un oficio/profesión no depende exclusivamente de un diploma, sino del talento, la experiencia, la dedicación y el compromiso con la calidad y la ética.

Insistir en una visión elitista del término “profesional” para solo referirse a los universitarios es negar el valor de quienes, a través del esfuerzo autodidacta, la práctica constante y el aprendizaje en el terreno, han logrado innovar, crear y transformar sus respectivos campos de acción. Grandes referentes como Le Corbusier, Steve Jobs, Henry Ford, Coco Chanel o Lionel Messi son pruebas vivas de que la profesionalidad no es un diploma de cartón para encuadrar y colgar en una pared, sino también una cuestión de actitud y un nivel de excelencia alcanzado en cualquier disciplina.

Desde el Colegio Profesional de Técnicos de la provincia de Neuquén, abogamos por la valoración y la defensa del profesionalismo en todas sus ramas, siempre enalteciendo los valores aquí mencionados. Entendemos la importancia del estudio universitario o terciario para el desarrollo profesional, pero no como el único requisito y camino para definir el ser profesional.

Exhortamos a quienes, de forma despectiva, con aires de superioridad y aspiraciones de pertenencia a una élite académica, continúan utilizando un discurso segregador para referirse a los profesionales no universitarios. Es momento de cambiar esas perspectivas y esas formas de comunicación que solo contribuyen a levantar murallas de exclusión y diferencias sociales y académicas. La profesión no se define únicamente con palabras en un documento; se demuestra con “expertise”, ética y compromiso con la excelencia.